La inmigración tlaxcalteca. Fundación del Venado, La Hedionda, Saltillo y San Miguel Mexquitic

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El envío de indios vestidos y cristianizados para una colonización defensiva no fue un paso nuevo en el largo y lento proceso de extender el dominio español por la Gran Chichimeca. Muchos pequeños grupos de los pueblos del sur (cholultecas, aztecas o mexicas, tarascos, huejotzingas y otomíes) habían ido al norte, básicamente atraídos por mejores pagas y otras oportunidades en las tierras limítrofes, donde la mano de obra siempre era insuficiente. Y, además de tales migraciones en grupo, muchos indios, solos o con sus familias, se habían trasladado a la frontera para comerciar o bien para trabajar como empleados, mercaderes, en fuerzas militares organizadas o simplemente en busca de aventuras: descubrimientos de minas, fundación de poblados, oportunidades de trabajo y de tierras o los atractivos de la guerra.

Algunos de los indios que se dirigieron al norte planeaban dedicarse a la minería, y no pocos lo hicieron. Parte de las primeras labores mineras importantes efectuadas en el sur de la región guachichil la hicieron los otomíes que se habían trasladado allí desde el centro de Querétaro. De manera más formal, el 6 de febrero de 1585, los funcionarios del poblado minero de San Martín pidieron al virrey que enviara de dos mil a cuatro mil indios casados de Tlaxcala, Xochimilco, Cholula y Huejotzingo así como de otros lugares, como Michoacán. Esta propuesta tenía como objetivos aumentar la resistencia a los ataques chichimecas y obtener mano de obra para las minas.

Pero ahora, por primera vez, se llevaría a cabo una migración en masa, oficial y sumamente formalizada: el traslado de 400 familias tlaxcaltecas que habían de establecerse en ubicaciones estratégicas de la zona chichimeca cuando llegaban a su fin las hostilidades. El capitán Caldera y otros fronterizos importantes quedaron complacidos con este plan. Otros, incluso algunos de los tlaxcaltecas, tenían graves dudas que prolongaron y dificultaron las negociaciones para gran ventaja, al fin, no sólo de los inmigrantes, sino también de quienes se quedaron en Tlaxcala.

El hecho de que la paz aún estuviese en pie al terminar la sequía de 1590 y 1591 hizo posible que el virrey de Velasco concluyera las negociaciones con los tlaxcaltecas. Los peligros de vivir en la Gran Chichimeca eran notorios; los capitanes tlaxcaltecas se mostraban reacios a enviar a su gente a lo que bien podría resultar un suicidio en masa, a manos de los «desnudos y crueles salvajes del norte».

Esta renuencia de los tlaxcaltecas fue fomentada por los franciscanos que vivían entre ellos y que los protegían. Gerónimo de Mendieta, el cronista, fue notable, pues temía que no durara la paz y que los tlaxcaltecas fueran sacrificados por los chichimecas. Mendieta dio su opinión al virrey, pero una segunda temporada de secas en plena paz chichimeca debilitó sus argumentos.

Para entonces los tlaxcaltecas, con experiencia y ayuda de los franciscanos conocían bien los medios y los caminos para obtener mediante negociaciones privilegios para sí mismos; muestra de ello es la carta que les otorgó el virrey Velasco como condición para su migración en masa.

Un elemento importante de esta emigración, implícito pero no declarado en el acuerdo formal, fue la protectoría. Todas las nuevas colonias tlaxcaltecas quedaron bajo el amparo de los capitanes así como los recién pacificados y ubicados chichimecas. La protección general de las dispersas colonias tlaxcaltecas fue específicamente responsabilidad de Miguel Caldera.

La jornada hacia el norte de casi mil colonos en una gran caravana de carretas fue indudablemente el episodio más espectacular de la larga y movida historia del Camino de la Plata; y hubo, como es de suponerse, bastante bullicio desde antes de que las carretas echaran a andar. Unos cuantos tlaxcaltecas se mostraron recalcitrantes y trataron de convencer a otros de que se negaran a emprender el viaje; estos disidentes fueron castigados por órdenes del virrey.

Antes de la partida, el virrey también tuvo el cuidado de proteger los intereses tlaxcaltecas. Entre las medidas tomadas estuvo la garantía de que las posesiones de los colonos en Tlaxcala no serían arrebatadas a sus herederos y que las propiedades de los capitanes tlaxcaltecas escogidos para escoltar a su pueblo hasta el norte no serían dañadas ni arrebatadas en su ausencia.

La larga caravana de carretas partió ruidosamente de Tlaxcala en los primeros días de junio de 1591. A mediados del mes se encontraban en las cercanías de la ciudad de México y, el 18 de junio, el virrey Velasco visitó en persona a los emigrantes.

Para el 6 de julio, la caravana tlaxcalteca había llegado al río San Juan, a mitad del camino entre Jilotepec y el centro otomí de Querétaro; mientras acampaban allí, se levantó un censo oficial. Los emigrantes viajaban bajo la guía y protección de un teniente general especialmente comisionado, Agustín de Hinojosa Villavicencio, con los respectivos gobernadores y capitanes de los cuatro contingentes que representaban las cuatro principales divisiones de la nación tlaxcalteca.

Aquel 6 de julio la cuenta arrojó un total de 932 colonos; 690 de ellos casados, con 187 niños, y 55 solteros o viudos. Viajaban en cerca de 100 vehículos, entre carros y carretas.

La caravana ya llevaba un mes avanzando y aún no estaba a la mitad del camino al sitio indicado para reunirse con los capitanes de la frontera, en el fuerte de Cuicillo, unos cuantos kilómetros antes de Zacatecas. El viaje se hizo más lento en su primera fase por las dificultades de adaptarse a este modo de vida y por que cuando pasaban por zonas relativamente populosas se efectuaban ceremonias en el camino. Pero ahora estaban ya ante la gran aventura, al borde del Arco Chichimeca, donde lo mejor sería avanzar con rapidez por los peligros del despoblado.

Los tlaxcaltecas llegaron a Cuicillo antes del 5 de agosto, cuando los destinados a Charcas quedaron al cuidado del capitán Juan de la Hija. En este punto estratégico, donde se unían las carreteras de Michoacán, de la ciudad de México y de los asentamientos recién organizados de San Luis Potosí, los tlaxcaltecas fueron recibidos por el general Rodrigo del Río de Loza —gobernador de la Nueva Vizcaya—, por el capitán y justicia mayor Miguel Caldera y por algunos otros funcionarios y capitanes. Fue allí donde Del Río y Caldera tomaron las decisiones finales sobre procedimientos y sitios para ubicar a los tlaxcaltecas. El capitán Caldera escribió: «y en el ojo caliente que llaman Cuisilique los repartí, y unos los dejé en Tequisquiapan [San Luis] y otros en Mexquitic, y otros a Las Charcas, otros a Saltillo, otros a San Andrés Chalchihuites, y los que me quedaron tlaxcaltecas dejé en la frontera de San Luis Colotlán».

A esta época pertenece el asentamiento tlaxcalteca en la congregación de guachichiles de San Sebastián Agua del Venado o Mazatepec, pues fue una de las cuatro poblaciones primeramente acordadas y se hizo en 1591. Entre los guachichiles de allí había muchos de los llamados negritos. Pero la tierra asignada a este pueblo fue corta para sembrar y escasa el agua; por esta razón, poco después salieron algunos indios que fueron a poblar a San Jerónimo del Agua Hedionda (hoy Moctezuma) y al valle de San Antonio.

Desde luego, el general Rodrigo del Río tenía más alto grado que Caldera, y presidió esta distribución. Pero el general estaba viejo y enfermo y Caldera contaba con un íntimo conocimiento de la situación total de la tierra. Por esto, así como por sus propias palabras, parece claro que él quedó de inmediato a cargo de distribuir y ubicar a los tlaxcaltecas.

El asentamiento de los colonos en Saltillo quedó en manos del capitán protector Francisco de Urdiñola. Los otros asentamientos de los tlaxcaltecas estuvieron conectados de manera más directa con la carrera de Miguel Caldera.

Mexquitic, ubicado en un sitio inexpugnable de aquellas tierras, se llamaba ahora San Miguel Mexquitic, evidentemente en honor del capitán. No sabemos si fue por iniciativa propia o bien un gesto respetuoso y halagüeño de parte de los guachichiles. Sin duda, hace honor a la importancia de Miguel Caldera al transformar aquel bastión de guerreros hostiles en la sede de su programa de pacificación.

San Luis era un sitio cercano a unas rancherías guachichiles, en campo raso, en el borde oriental de las sierras, donde pronto surgiría la ciudad española de San Luis Potosí. También estos campamentos guachichiles quedaron desde el principio bajo la protección de Caldera.

La instalación de tlaxcaltecas en Mexquitic era de gran importancia estratégica, pues era el centro de los chichimecas más belicosos y estaba cerca del camino México-Zacatecas. Era tan importante esta colonización, que el virrey Velasco envió a un emisario especial, un mestizo que era mitad tlaxcalteca, Diego Muñoz Camargo, para hacerse cargo directamente del establecimiento oficial. Es posible que los nuevos colonos mostraran cierto temor ante aquella ubicación tan peligrosa o que quizás riñeran entre ellos, o acaso el virrey sólo deseó mostrarles una consideración especial. Sea como fuere, el cambio causó un retraso: la división general de los tlaxcaltecas se había efectuado en el Cuicillo a principios de agosto, pero su aposentamiento en Mexquitic comenzó hasta el 2 de noviembre.

Ese día se celebró el encuentro de guachichiles y tlaxcaltecas con las ceremonias correspondientes. Los primeros estaban representados por Juan Tenzo, nombrado «señor natural de estas tierras»; por Miguel Caldera, llamado así en honor del mestizo, y por Pedro de Torres, ladino que servía de intérprete. Los tlaxcaltecas, procedentes de la zona de Tepetícpac de Tlaxcala, iban encabezados por su gobernador, don Francisco Vázquez Coronado, y por un buen número de jefes, acompañados por su dirigente y consejero espiritual, fray Ignacio de Cárdenas. Asimismo, participaban el guardián del convento franciscano de Charcas —donde ya estaban ubicados unos tlaxcaltecas— y un soldado de Mexquitic, Andrés de Fonseca, también labrador, de parte de los cercanos maticoyas.

Muñoz partió de Mexquitic y llegó a un valle de más de una legua de longitud donde había una corriente; cedió la mitad del valle a los tlaxcaltecas y la mitad a los guachichiles, conduciéndolos de la mano a sus respectivas porciones. Ambos grupos arrancaron matorrales y arrojaron piedras en señal de posesión. Efectuaron las mismas formalidades en San Luis Tequisquiapan y en otras tierras y aguas contiguas; lo mismo hicieron en Bocas de Maticoya, un poco más al norte.

San Miguel Mexquitic, el centro más populoso, se convirtió en cabeza de esta zona de colonización, llamada provincia de Mexquitic. Un grupo de tlaxcaltecas pronto fue a vivir con los guachichiles en San Luis.

Mientras los tlaxcaltecas estaban dispersándose rumbo a sus nuevos hogares en la frontera, fueron incorporados al proceso de proveeduría del rey. En la caja real de Zacatecas, el 16 de septiembre de 1591 el jefe abastecedor de la frontera, Antonio López de Zepeda, recibió mil pesos para comprar carretas, bueyes, arados y otras cosas para los nuevos colonos. Trompetas, chirimías y flautas les fueron enviadas para sus ceremonias y diversiones; también se les enviaron por lo menos 4 500 ovejas, miles de cuchillos de carnicero y agujas de zapatero y recibieron pagos de la tesorería real para la construcción de casas. Y aun después del tiempo estipulado en su carta de privilegios, recibieron ayuda real siempre que tuvieron dificultades.

Este asentamiento tlaxcalteca en la Gran Chichimeca fue un elemento básico en la consolidación de la paz de la frontera, pues casi en todos aspectos la empresa cubrió o superó las esperanzas de quienes la habían planeado. La presencia de los tlaxcaltecas fomentó la imitación entre los chichimecas de sus modos de vida aculturizados. Este programa fue tan eficaz que los seis asentamientos tlaxcaltecas originales pronto estuvieron mandando colonos a otras partes de la frontera, hasta el Río Grande y después dentro de Nuevo México y Texas, con el mismo propósito.

Los tlaxcaltecas hicieron su gran contribución mientras conservaban los privilegios que habían recibido; así, vivieron de manera un tanto autónoma con su propio gobierno, de acuerdo con los lineamientos que habían conocido en su nativa Tlaxcala. En esto fueron protegidos por los capitanes de la frontera, como Caldera y Urdiñola, y por los padres franciscanos que los atendían.


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